La relación entre la justicia de Dios y Su perdón es un aspecto profundo e intrincado de la teología cristiana, uno que ha sido contemplado y debatido por teólogos a lo largo de los siglos. Para entender cómo estos dos atributos divinos coexisten e interactúan, debemos adentrarnos en la naturaleza de Dios tal como se revela en las Escrituras, así como en la narrativa más amplia de la redención que recorre la Biblia.
En el corazón de esta discusión está el carácter de Dios, quien es descrito en la Biblia como justo y misericordioso. La justicia de Dios se refiere a Su rectitud y Su compromiso de mantener lo que es correcto y justo. El Salmo 89:14 dice: "La justicia y el derecho son el cimiento de tu trono; el amor inquebrantable y la fidelidad van delante de ti". Este versículo encapsula la doble naturaleza del trono de Dios, donde la justicia y el amor no están en oposición, sino que son fundamentales para Su gobierno.
La justicia de Dios exige que el pecado y la maldad sean abordados y no pasados por alto. El pecado, que se define como cualquier acción, pensamiento o actitud que no alcanza la santidad de Dios, es una afrenta a Su naturaleza. Romanos 3:23 nos recuerda: "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". La justicia de Dios requiere que haya una consecuencia para el pecado, que es la separación de Dios y, en última instancia, la muerte, como se afirma en Romanos 6:23: "Porque la paga del pecado es muerte".
Sin embargo, junto a la justicia de Dios, encontramos Su profundo perdón. El perdón es el acto de perdonar a un ofensor y es central para la comprensión cristiana de la relación de Dios con la humanidad. El perdón de Dios no es pasar por alto el pecado, sino un acto de gracia de eliminar la pena del pecado. Aquí es donde la tensión entre la justicia y el perdón se hace evidente. ¿Cómo puede un Dios justo perdonar el pecado sin comprometer Su justicia?
La respuesta se encuentra en la persona y obra de Jesucristo. La cruz es la intersección donde se encuentran la justicia y el perdón de Dios. En el plan de redención, Dios proporcionó una manera de satisfacer Su justicia mientras extendía el perdón a los pecadores. Esto se articula bellamente en Romanos 3:25-26, donde Pablo escribe: "Dios presentó a Cristo como un sacrificio de expiación, mediante el derramamiento de su sangre, para ser recibido por fe. Lo hizo para demostrar su justicia, porque en su paciencia había pasado por alto los pecados cometidos anteriormente; lo hizo para demostrar su justicia en el tiempo presente, para ser justo y el que justifica a los que tienen fe en Jesús".
En la cruz, Jesús llevó la pena por el pecado que la justicia demanda. Isaías 53:5 profetiza este acto sacrificial: "Pero él fue traspasado por nuestras transgresiones, fue aplastado por nuestras iniquidades; el castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos sanados". En este intercambio divino, Jesús, que no tenía pecado, tomó sobre sí mismo el castigo que era legítimamente nuestro, satisfaciendo así la justicia de Dios. A su vez, Dios puede extender el perdón a todos los que ponen su fe en Cristo, ya que sus pecados han sido pagados por la sangre de Jesús.
Este acto de expiación no niega la justicia de Dios; más bien, la sostiene mientras manifiesta simultáneamente Su misericordia. C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo", captura elocuentemente este misterio al afirmar: "El cristiano no piensa que Dios nos amará porque somos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama". El perdón de Dios es transformador, no meramente un perdón, sino una restauración de la relación y un llamado a la santidad.
Además, el perdón de Dios es un modelo para las relaciones humanas. Los cristianos están llamados a perdonar a los demás como Dios los ha perdonado. Efesios 4:32 instruye: "Sed bondadosos y compasivos unos con otros, perdonándoos mutuamente, así como en Cristo Dios os perdonó". Este llamado al perdón no es una negación de la justicia en los asuntos humanos, sino una invitación a reflejar la gracia que se ha recibido. Al perdonar a los demás, reconocemos la justicia de Dios que ha sido satisfecha en Cristo y extendemos la misericordia que hemos recibido.
La interacción de la justicia y el perdón también apunta a una esperanza futura. Mientras que la justicia de Dios ha sido satisfecha en Cristo, la plena realización de la justicia de Dios vendrá con el regreso de Cristo, cuando todas las cosas serán corregidas. Apocalipsis 21:4 habla de un tiempo en el que "Él enjugará toda lágrima de sus ojos. No habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque el orden antiguo de las cosas ha pasado". Esta esperanza escatológica asegura a los creyentes que la justicia de Dios prevalecerá en última instancia en una creación restaurada.
En resumen, la justicia y el perdón de Dios no son contradictorios, sino complementarios. Son aspectos esenciales de Su carácter que están perfectamente armonizados en la obra redentora de Jesucristo. A través de la cruz, Dios permanece justo mientras ofrece perdón a todos los que creen. Este misterio divino invita a los creyentes a una vida de gracia, perdón y esperanza, fundamentada en la seguridad de la naturaleza inmutable de Dios y Su plan eterno de salvación.