Cuando nos adentramos en la vida de Abraham, originalmente conocido como Abram, emprendemos un viaje a través de una de las narrativas más fundamentales del Antiguo Testamento. Su historia es fundamental no solo para la fe judía, sino también para el cristianismo y el islam. A menudo se refiere a Abraham como el "padre de la fe", y su vida es un testimonio de obediencia, confianza y el desarrollo de las promesas de Dios a lo largo del tiempo.
El llamado de Abraham por parte de Dios es un evento trascendental registrado en el Libro del Génesis, específicamente en Génesis 12:1-4. La Escritura nos dice que Dios llamó a Abram para que dejara su país, su gente y la casa de su padre y fuera a una tierra que Dios le mostraría. Este llamado fue acompañado por una serie de promesas de Dios, incluyendo convertir a Abram en una gran nación, bendecirlo y hacer grande su nombre.
La pregunta de qué edad tenía Abraham cuando Dios lo llamó se responde directamente en Génesis 12:4: "Así que Abram se fue, como el Señor le había dicho; y Lot fue con él. Abram tenía setenta y cinco años cuando salió de Harán". Este detalle es significativo, ya que establece el escenario para comprender el notable viaje de fe que Abram emprendió a una edad en la que muchos podrían haber estado asentándose en las etapas posteriores de la vida.
La edad de setenta y cinco marca un período en la vida de Abram donde estaba bien establecido, habiendo vivido en Harán con su familia. Vale la pena señalar que Harán era un lugar de relativa comodidad y familiaridad. El llamado a dejar Harán fue un llamado a adentrarse en lo desconocido, a confiar en la guía y las promesas de Dios sin conocer el destino. Este acto de obediencia y fe es un ejemplo profundo para los creyentes, ilustrando que el llamado de Dios puede llegar en cualquier etapa de la vida y a menudo requiere salir de nuestras zonas de confort.
Sin embargo, el viaje de Abraham no comenzó con el llamado a los setenta y cinco. Su historia comienza antes en Génesis 11, donde aprendemos sobre sus antecedentes familiares. Abram nació en Ur de los Caldeos, una ciudad conocida por su riqueza y adoración pagana, particularmente del dios luna. Su padre, Taré, trasladó a la familia de Ur a Harán, donde se establecieron. Este movimiento, aunque no se atribuye directamente a un llamado divino, preparó el escenario para el posterior viaje de Abram.
La importancia de la edad de Abram en el momento del llamado de Dios también resalta el tema del tiempo de Dios en el cumplimiento de Sus promesas. Las promesas de Dios a Abram incluían no solo tierra y bendición, sino también descendientes tan numerosos como las estrellas (Génesis 15:5). Sin embargo, cuando Abram recibió este llamado, él y su esposa Sarai no tenían hijos, y Sarai estaba más allá de la edad típica de procrear. Este escenario subraya la naturaleza milagrosa de la promesa de Dios y la fe requerida para creer en su cumplimiento.
La narrativa de la vida de Abraham está entrelazada con instancias donde su fe fue probada, y su respuesta al llamado de Dios a los setenta y cinco fue solo el comienzo. A medida que seguimos su historia a través de Génesis, vemos momentos de duda y fragilidad humana, como cuando Abram y Sarai tomaron el asunto en sus propias manos con Agar (Génesis 16) o cuando Abram expresó preocupación por su falta de un heredero (Génesis 15:2-3). Sin embargo, a pesar de estos momentos, la fe de Abram se afirma finalmente en el pacto que Dios establece con él, cambiando su nombre a Abraham, que significa "padre de muchas naciones" (Génesis 17:5).
El llamado de Abraham a los setenta y cinco es un recordatorio del poder transformador de la fe y la obediencia. Nos enseña que la edad no es una barrera para ser usados por Dios. De hecho, los últimos años de Abraham estuvieron llenos de algunos de los eventos más significativos de su vida, incluyendo el nacimiento de su hijo Isaac, la atadura de Isaac como prueba de fe (Génesis 22) y el establecimiento de un pacto que daría forma al futuro de la nación israelita.
Además, la historia de Abraham es un precursor de la comprensión del Nuevo Testamento sobre la fe. El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, usa a Abraham como un ejemplo de fe, afirmando: "Contra toda esperanza, Abraham en esperanza creyó y así llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: 'Así será tu descendencia'" (Romanos 4:18). Pablo enfatiza que la fe de Abraham le fue contada como justicia, no por la ley, sino por su inquebrantable creencia en las promesas de Dios (Romanos 4:3).
La literatura y la teología cristianas han reflexionado durante mucho tiempo sobre el viaje de Abraham como un modelo de fe. Agustín de Hipona, en su obra "La ciudad de Dios", discute la fe de Abraham como una piedra angular de la ciudad de Dios, contrastándola con la ciudad terrenal construida sobre el orgullo humano y la autosuficiencia. De manera similar, Juan Calvino, en sus "Institutos de la religión cristiana", destaca la fe de Abraham como un ejemplo de confianza en las promesas de Dios a pesar de obstáculos aparentemente insuperables.
El llamado de Abraham a los setenta y cinco no es meramente un hecho histórico, sino una lección espiritual para los creyentes de hoy. Nos desafía a considerar cómo respondemos al llamado de Dios en nuestras propias vidas, independientemente de nuestra edad o circunstancias. Nos anima a confiar en el tiempo de Dios y a aferrarnos a Sus promesas, incluso cuando el camino por delante es incierto.
En conclusión, la edad de Abraham cuando Dios lo llamó es un detalle que enriquece nuestra comprensión de su viaje de fe. Marca el comienzo de una relación de pacto con Dios que tendría implicaciones de largo alcance para el mundo. La historia de Abraham es un testimonio del poder de la fe y la fidelidad de Dios, inspirándonos a vivir vidas marcadas por la confianza y la obediencia al llamado divino.